miércoles, 9 de octubre de 2013

V

Si entro al baño y el dictamen protocolar indica que es necesario, suelo jamás dejarlo sin usar el Air Wick que, tan convenientemente, ha sido dejado ahí por seres bondadosos quienes, quizás, se han visto apurados por expeler su olor antes o después de quien habite, momentánea o temporalmente, el aposento. No es el caso mío, creo yo. Novias de antaño han halagado mi gusto por el buen aroma, y mi propia y admitida preocupación por tales asuntos me ha merecido el implícito honor de pasearme por la vida siendo un bienoliente  Como me suele ocurrir, las susodichas estaban locas de remate. Hoy ya no tanto. O quizás sí y bastante. Aún lo evalúo. En fin. Si agacho bien la cabeza y concentro mi atención, Air Wick me entrega, gratis, con el sonido de sus miles y olorosas partículas reventando en el suelo de baldosa y la taza de porcelana, el vivo recuerdo de las olas de un mar que huele a naranjas, un mar de limones, playas de piña, sandalias de sandía, bebidas de mango y, coincidentemente, esa fragancia de brisa del mar que tanto me recuerda a lo que sea, quizás los monstruos que moran su profundidad, pero no al mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario