jueves, 10 de octubre de 2013

VI



Como iba diciendo: mi trabajo es aburrido, no estoy cumpliendo lo que quiero, y no sé muy bien lo que quiero. Sé que no soy el único. Y me ha pasado lo mismo no pocas veces. A ratos me pregunto si ya es tarde para intentar cumplir ciertas metas, y los dos lados de mi cabeza entran en un conflicto que, generalmente, no llega a nada, y me encuentro haciendo lo mismo.

Y así, de repente algo cambia. Pasa algo. A veces, después de semanas de letargo, brotes de ideas te devuelven al pensar. Y calculas la frecuencia de esos brotes, y te das cuenta que, quizás, algo está volviendo que pensabas que habías perdido. No es nada inmediato. Se sigue en la rutina, se juega con ella, se pierde el tiempo, si uno cree en eso. Haces nuevos planes a corto plazo, y te obligas a cumplirlos hoy… no, mañana… la próxima semana… no importa, hay tiempo, y eventualmente lo harás porque la presión de aquel factor de la ecuación que no controlas es mucha. 

Entonces llegan a sus casas y hacen lo mismo de siempre, una y otra vez, atrapados. Hasta que ocurre eso que causa brotes de ideas y nueva motivación, qué se yo qué puede ser. No es inmediato. No son los únicos. Algunos escriben, otros ejercitan, otros vuelven a bailar. Y el final del letargo es el comienzo de otro que vendrá. Me ha ocurrido varias veces, y me volverá a ocurrir. Le ocurre a todos, a ellos, a mí y a  ti. Que se mueren un ratito, despiertan de a poco, viven un rato, se vuelven a morir, y así, y así, y así.

miércoles, 9 de octubre de 2013

V

Si entro al baño y el dictamen protocolar indica que es necesario, suelo jamás dejarlo sin usar el Air Wick que, tan convenientemente, ha sido dejado ahí por seres bondadosos quienes, quizás, se han visto apurados por expeler su olor antes o después de quien habite, momentánea o temporalmente, el aposento. No es el caso mío, creo yo. Novias de antaño han halagado mi gusto por el buen aroma, y mi propia y admitida preocupación por tales asuntos me ha merecido el implícito honor de pasearme por la vida siendo un bienoliente  Como me suele ocurrir, las susodichas estaban locas de remate. Hoy ya no tanto. O quizás sí y bastante. Aún lo evalúo. En fin. Si agacho bien la cabeza y concentro mi atención, Air Wick me entrega, gratis, con el sonido de sus miles y olorosas partículas reventando en el suelo de baldosa y la taza de porcelana, el vivo recuerdo de las olas de un mar que huele a naranjas, un mar de limones, playas de piña, sandalias de sandía, bebidas de mango y, coincidentemente, esa fragancia de brisa del mar que tanto me recuerda a lo que sea, quizás los monstruos que moran su profundidad, pero no al mar.

IV

En sesenta días, arcoiris y tormentas. Abrazos y reyertas. Como románticos sonetos medievales. Playas y ciudades. Mariposas y alacranes. Como las películas que están de moda, ay cosita linda, tu mirada es mi adorada audiencia. Aplaudo levantado el estertor de un corazón cazado y hoy domado. Nuevamente inaugurado. Que el tiempo se detenga, pequeñita, y los latidos fuertes y miradas furtivas nos lluevan y revuelvan. Buenos augurios para mañana. Besos y abrazos hoy, ayer y más tarde. Como canciones de The Beatles. Hoy somos dos. Tomorrow Never Knows. En mis momentos no hay futuro, y mañana no hay pasado. Hoy te amo, ay capullito en flor, y no soy el mismo que ha sesenta días, cuando pensé en hacerte eterna, y tú no lo sabías.

Ratas


No se habrá de ver el fin de la penuria mirando a las estrellas. Las grandes lecciones de vida salen de las cloacas. Las ratas las acarrean. La lluvia las sumerge, y el sol las enaltece.

III

Now i’ve had my share of dreams. Some in dirty puddles. Some in tall pine trees. Of glory, pain, rejection. Of fun, fireworks and affection. Dreams that grew so high and fell so sudden. Felt all the more, the past, as a burden. Living carries changes. It’s what our story prearranges. Changes come so fast and feel so little. IN PEACE, LIFE CAN BE NO LONGER A RIDDLE. If you twist your world a bit, walls should fall with the push of a spit. Starting tomorrow and procrastinating till next year, I swear I’ll try to set some goals clear. Gotta accept a challenge, gotta hope for change. It’s pretty boring if it’s always the same. Gonna make some tea, gonna listen to The Beatles. Still I fear, from time to time, I’ll feel I die a little. Whatever. Doesn’t matter. I’ll live, and constantly care for the people I’m with. I’ll crank the volume up, I’ll try to listen closely, I’ll sink into an ocean filled with chords, mostly. Gotta take life as it is, if you want to dream in puddles and, some other times, tall pine trees.

II

No poseo el recuerdo exacto de lo que pensaba mientras, como en tantas otras ocasiones, planeaba brevemente por sobre ese automóvil, en dirección al suelo. Doblando una esquina acompañado de su padre, su hermano, su tío, nunca me importó, un chicuelo de dos años lo vio todo. El golpe. El vuelo rasante. Mi caída y su consecuente arrastre. Pero fue la estancia inmóvil de mi cuerpo enorme, echado en la calle como en una siesta tranquila, lo que debió propulsar su grito desesperado, su cara de terror, y el consecuente trauma con el que vivirá el resto de sus días. Nunca se subirá a una bicicleta. Ojalá que sí. Pero no.

Saliendo raudo de esa inconsciencia bien consciente, levantéme, recibí ayuda, me enojé, peleé y robé dinero. No sentía culpa. Es mi derecho enfurecer, a este tipo le voy a cobrar por el resto de las cercanías con el final de mis días. No sabe español. Mejor para mí será el resultado. Estas eran las cosas que corrían por mi mente intoxicada de un odio al mundo que se me hacía irracional con el paso de los minutos. Los llantos del chicuelo, que me dejaron más herido que mis propias heridas, se habían apagado ya en la distancia relativa de la otra esquina. Apareció una amiga en la casualidad. Me aproblemé. Ahí, a la vista de todo el mundo, no quería ser visto por nadie. Su compañía, gratísima, el breve paseo a la comisaría más cercana, horripilante, el dolor de los huesos y las historias repetidas y juicios que veía venir para mañana y otros días de esos en que se cuentan las anécdotas serias con sonrisas nerviosas se mezclaron en la siguiente conclusión: necesitaba estar solo.
Hacía un día había comenzado a leer Siddharta. Me sentía, y aún me siento, atrapado por la solemnidad y sabiduría de esas palabras escritas y descritas con alma abierta. Y pensaba en el espíritu, en la necesidad de meditar, en Govinda y en encontrar la paz que anhelaba e hiciera que aquella maldición que colgaba cual péndulo de reloj eterno entre mi bicicleta, mi cabeza, mis rodillas, mis brazos y el asfalto cesara de una puta vez. Todo esto mientras caminaba con una bicicleta rota al hombro, una rueda en la mano, y sangre en mi brazo, entre niños que se veían sorprendidos de este pollo herido, que quiso ser valiente, que quiso ser osado, y al cual no le resultó, y ahora sangraba con cara de desolación, maldiciendo, de momento, su suerte, su nueva casi muerte.

Camino al bus para volver a casa y descansar de todo aquel esfuerzo por mantenerme grácil, dócil y vivo, se me acerca una chica grácil y dócil, con un folleto en la mano. Sonríe como si ella misma engañara a la muerte. El folleto vende cupos en el cementerio. Quítate de mi camino, le digo sin hablar, y me convenzo de que la muerte, una vez más, se ríe de mí.

El paso de los minutos, de las horas y del día me convenció de otras cosas, contrarias todas a lo que pensaba tras el infortunado accidente. Mi amigo fiel, maestro en bicicletas, debió sentirse, en su burla poco sutil, a lo menos un poco triste de que este tipo de asuntos, el ser propenso a la caída, se hiciera algo tan habitual en mí. La Herida está en sus manos hoy, mañana quizás también.
Otra chica, nerviosa, me quiere destruir. Que me cuide, dice. Yo quiero acostarme, descansar, dormir. Me busca. Me encuentra. Me destruye un poco y me vuelve a construir a base de un amor verdadero, desconocido y sacro para mí. Me lleva a su casa, yo en transporte público, herido, absorto en Siddharta. Ella, por otros medios. Entramos. Comemos, y hallo en mí y en ella las ganas, el deseo y la fuerza de hacer un amor furioso, que contenía el odio contra el mundo y su caos azaroso, y la maravillosidad de un encuentro eterno y sagrado. Dormimos y soñamos juntos, cada uno de sus asuntos. De asuntos mutuos hablamos el resto de la tarde, bonita. Hay fotos de esos momentos, que enmarcaré en bordes de madera, pues en esos ojos cómplices en su anonimato se esconden un amor, comprensión y brillo más grandes que el mismo sol que me abrazó por un momento mientras yacía en el suelo, con un grito de fondo.
Pensé entonces, y sigo haciéndolo, que escogeré creer que si bien la muerte se rió hoy de mí, al final del día, y de todos esos días en que se ha reído de mí, soy yo quien a esta hora se ríe de ella. Yo encontré mi paz, y habré de continuar mis caminos mágicos como un fallido valiente, un quijotillo sin su lanza, un sol sin mucho brillo, un héroe de toalla, un pollo sangrante. Aventuras de un jueves en la tarde. Ahora, continúo estando vivo, y si la muerte también estuviese viva, no podría encontrarme porque planeo ser la vida misma, y volar de verdad eventualmente, sin caer al suelo.

I

Había dejado mi bicicleta atrás la noche anterior. 

Hoy, mientras la recogía, comenzó la tormenta. Encantado por la vista que el piso trece me daba del concierto de las nubes, se largó a llover, y me apuré en desaparecer a la brevedad. El día engañoso parecía hacerlo todo un poco más triste, aún más triste que las circunstancias que me habían llevado allí en primer lugar. 
Relativamente apurado por la aventura, el trayecto en el ascensor hacia el primer piso cambió lo que comenzaba como leve precipitación a un ridículo diluvio bíblico con la misma rapidez con que bajé. Subí, me puse a pedalear, y casi me mato. Seguí pedaleando y sobreviví. Dí un paseo exageradamente largo y ya estaba empapado. 
La cosa se veía mal, y se avecinaba peor. Camino ya de vuelta a casa, pedaleaba por Club Hípico hacia el sur, y de pronto me sentía muy bien. Estaba vivo. Y fue durante esa tormenta de sensaciones frescas, mojadas y emocionantes que ocurrió algo de lo más curioso. Tuve un pensamiento. Un pensamiento, y un día sábado. Sorprendente. 
Mientras la lluvia se esforzaba en encontrarme un rincón seco, mientras los autos me querían destruir, y mientras los rayos y su sonido iluminaban el camino y estimulaban mis sentidos, me encontré llegando a conclusiones sobre el cómo lo más horrible de la cotidianeidad acaba siendo lo más hermoso de la eternidad. 
Así de vivo estaba: listo para morir.